El semanario sabatino Caras y Caretas ha contado entre sus numerosas secciones con una dedicada a la «Ganadería», redactada frecuentemente por el cronista J. Peters, que para cumplir con su labor recorría a principios del siglo XX las provincias dedicadas tradicionalmente a la explotación agropecuaria; pudiendo encontrarlo firmando las notas periodísticas rurales de la ciudad entrerriana de Concordia tanto como en las ciudades de Luján y Azul en la provincia de Buenos Aires.
En esta ocasión, antes de presentar alguna nota de la Caricaretas, debemos continuar con la tarea inconclusa sobre las Estancias de Luján, que sustentan la tesis sobre cómo la historia del ámbito rural lujanense resume la historia agrícola y pecuaria del país.
De 1863, un año antes de la llegada del ferrocarril a Luján, se cuenta con la nómina de estancieros del partido, -que por entonces incluía en su extensión al actual Gral. Rodríguez-, publicada oficialmente por el “Registro Catastral de la Provincia de Buenos Aires”. El listado es demasiado cuantioso para enumerarlo aquí, y presentar una lista parcial tampoco es pertinente; no obstante el lector curioso puede encontrar la nómina completa entre los documentos del Apéndice a la “Reseña Histórica de la Villa de Luján” de Enrique Udaondo, publicado en 1939 bajo la edición de los Talleres gráficos San Pablo.
Cuando las vías ferroviarias alcanzan Luján, la actividad agropecuaria se modifica radicalmente. Cinco años después, en 1869 se realiza el primer Censo Nacional, y de esta fuente es muy probable que Monjardín haya obtenido las superficies de las principales estancias del partido de la Villa de Luján, siendo la más extensa la perteneciente a la familia Olivera. En “Luján Retrospectivo”, el intendente lujanense, agrega que por entonces, los estancieros, -principalmente los de origen irlandés-, se consagraban plenamente a la crianza de ovinos, que sumaban en 1869 casi 800.000 lanares, contrastando con el exiguo número de 16.000 vacunos.
En las “Postales Vejas” de René Rossi Montero, leemos que la primera Colonia de Alienados de Puertas Abiertas del país, bautizada en inglés «Open Door», se erige en 1899, -después de largos y prolijos estudios-, en un campo de 535 ha, que pertenecían a don Juan Malcolm, intendente de Luján en tres oportunidades, entre los años de 1888 y 1893.
En 1910 el ex-intendente Juan B. Barnech publicará junto a Apolo Yordan (h), “Luján en el Centenario”. A partir de la página 72, el álbum gráfico inicia la sección «Ganadería», incluyendo imágenes de varias estancias lujanenses que constituyen a juicio de los autores la base de la prosperidad económica del país. Entre ellas se mencionan a la Estancia «San Enrique» del señor Arturo Z. Paz, y la Estancia «Las Acacias» de los señores Carlos Olivera é hijos; donde tres décadas antes se había desarrollado el “Combate de Olivera”.
La nómina del «álbum del centenario» nos ha permitido guiarnos en las inagotables páginas de la revista Caras y Caretas para ilustrar nuestra presentación y contribuir de forma asequible a la historia de las estancias de Luján y la tesis inicial. En primer lugar, debemos aclarar que Domingo Fernández Beschtedt revela en «sus memorias» que se encontró en la “ineludible necesidad de desprenderme del bien material que he amado y amaré más en toda mi larga vida, la estancia «San Enrique» y su digna continuación San José”.
Continuando la lectura de “Las Memorias del Tata”, Domingo Fernández Beschtedt agrega que a principios de 1905, “por suerte providencial para mi familia y para mí pude realizar esta preocupante operación de venta, a un excepcional comprador… un verdadero caballero y gran señor de estirpe porteña, don Arturo Paz”, como leemos en el recuadro sobre su muerte, en la página 50 de la Caras y Caretas publicada el 9 de noviembre de 1918.
Los autores de “Luján en el Centenario”, muy seguramente no han sabido a tiempo que Arturo Z. Paz restituye la estancia mediante venta a su dueño anterior. De esta manera, -recuerda Domingo Fernández Beschtedt-, “nos encontramos en los primeros días de mayo listos y en condiciones de ir a tomar posesión de «San Enrique», puesta por don Arturo Paz su entrega a nuestra disposición, cuyo día fijamos para el 25 de Mayo, trasladándonos a ella con toda la familia”, en la mismísima emotiva fecha del centenario patrio.
A partir de la serie de establecimientos lujanenses, encontramos en orden siguiente a Carlos y Eduardo Olivera, que publican a página entera en la edición de la revista Caras y Caretas del 9 de junio de 1906, la venta de las parcelas de la estancia «Los Remedios» de su padre Domingo, en el Barrio de San José de Flores, entre las avenidas Rivadavia, Lacarra, Provincias Unidas y Olivera, como puede verse con tan solo consultar un plano de capital.
El mayor de los hermanos, Eduardo Olivera, es protagonista de un sinnúmero de notas periodísticas de nuestro semanario informativo, “festivo, literario, artístico y de actualidades”.
“En la época infantil de la industria ganadera argentina… reconocieron la necesidad de un esfuerzo combinado para conseguir el mejoramiento de todas las razas vacunas, equinas, ovinas, porcinas, etc. La solución natural del problema fué encontrada en la proposición del eficaz don Eduardo Olivera, de que los criadores se juntaran para formar una asociación bajo cuyos auspicios se organizarían y se celebrarían exposiciones anuales de ganadería, a fin de fomentar una competencia amistosa entre los criadores y de educar a los productores de carnes en el país en la manera más adecuada de criar la calidad de hacienda que colocarla a la Argentina entre los países productores de carnes, tanto bovina como ovina, del mundo. Debido a los esfuerzos del señor Olivera y algunos otros… se formaba la Sociedad Rural Argentina, y a la misma causa se debe la existencia hoy día de las muchas sociedades rurales que abundan en los principales centros de producción ganadera en la república”. Así, la Caras y Caretas resume sin saber, -en el número 1.255 de su edición sabatina del día 21 de octubre de 1922-, la íntima vinculación existente entre la tradición rural de Luján y el país.
Otro cronista, ya había afirmado aproximadamente un año antes, en el ejemplar 1.200, de la Caricaretas del 1º de octubre de 1921, que “es placentero recordar que se levanta en los terrenos de la Sociedad Rural de Palermo un monumento que ha de merecer respetuoso acatamiento. Me refiero a la estatua inaugurada cinco años atrás a la memoria del extinto don Eduardo Olivera. ¿Cómo más se podía haber rendido un testimonio más justo de su lealtad que rendir el homenaje de su respeto a la memoria de un hombre que había ayudado -y ayudado magníficamente- en la creación de la prosperidad del país?”. En nuestro querido Luján, aunque no contamos con un monumento suyo, la Sociedad de Fomentos de la localidad de Olivera lo recuerda conmemorándolo en el nombre propio.
Además, en otro número del semanario Caras y Caretas, -del 24 de octubre de 1936-, leemos que por iniciativa de don Eduardo Olivera se crea por ley del 28 de septiembre de 1868 el Instituto Agrícola, que “debía contar con una academia y escuelas prácticas de agricultura y de horticultura”, en la propiedad de 700 hectáreas de superficie de la Universidad Nacional de La Plata en el partido de Lomas de Zamora.
En otros artículos de nuestra revista, se recuerda su función de Director de Correos y Telégrafos, aunque aquí solamente nos detengamos en la gacetilla de la página 55 de la Caras y Caretas del 12 de agosto de 1933, que considera al “sencillo pero espléndidamente terminado escritorio de roble que don Domingo Faustino Sarmiento regaló a don Eduardo Olivera, uno de los directores generales de Correos y Telégrafos más progresistas que ha tenido nuestro país”; puesto que en su gestión fusiona ambos servicios de comunicación en una sola dirección general.
En esta breve jornada de trabajo rural en las «Estancias de Luján», mientras se enlazan vacas y crían ovinos, se trenzan las historias de los personajes lujanenses que han marcado a fuego las instituciones locales y nacionales.
En fin… parafraseando la nota periodística de la Caras y Caretas de 1912 sobre la Estancia modelo «La Angélica» de Santiago D’Amico, afirmamos, “con el alma reconfortada ante tanta grandeza, y ensalzando a porfía la caballerosidad y el espíritu emprendedor de tantos estancieros ¡Qué muchos sigan su ejemplo, es nuestro mayor deseo!”
Una vez más levanto mi copa de Pineral a la salud de los lujanenses.
Hasta el próximo.
Lunes