«Esa debería ser música para nuestra alma popular«. Una homilía que resultará histórica realizada por nuestro Arzobispo Jorge Eduardo Scheinig en la primera misa que se da con la presencia de un presidente saliente y el otro electo y en una fecha tan emblemática para la religiosidad popular.
En un domingo pleno de sol, con una afluencia de peregrinos y peregrinas que caminan hasta la Basílica Nacional para ver a la Virgencita que siempre les espera para calmar sus necesidades y escuchar sus plegarias.
El texto completo de la homilía, a disposición:
En este día de la Virgen, nos pareció oportuno invitar a rezar por la Patria. Y hacerlo en este lugar tan querido para nuestro pueblo Argentino, el Santuario de Luján, en medio de una peregrinación en la que tantas personas se acercan para agradecer, pedir, o prometer. Sólo Dios sabe lo que hay en el corazón de cada persona.
¡María, la Madre del Señor, nos recibe a todos y no excluye a nadie! Todos somos bienvenidos.
Nadie que viene a esta Casa regresa con las manos vacías, la Virgen siempre nos da un regalo que es como una caricia de Dios para la vida.
¿Cómo no confiar entonces que Dios y la Virgen Santa, pueden tocar el alma de nuestro pueblo, sanar lo que haya que sanar y potenciar lo mejor de nosotros para ser un pueblo de pie y lleno de vida?
Invitamos a rezar hoy y aquí, porque somos conscientes que estamos en un momento delicado del mundo, de nuestra América Latina y de nuestra Nación.
En nuestra última Asamblea Plenaria, los obispos decíamos: “En el inicio de un nuevo período de nuestra democracia, por la cual hemos optado de manera irreversible, queremos caminar con los argentinos para consolidarla cada día más”.
Pidamos para que nuestra democracia se afirme y siga creciendo en institucionalidad.
No somos ingenuos, no creemos que una celebración sea la solución de los problemas, pero estamos seguros que este gesto que estamos realizando juntos, habla por sí mismo y deseamos que en estos días históricos y con la ayuda de lo Alto, se convierta en una puerta para entrar en esta nueva etapa, con sinceros anhelos de unidad y de paz.
Estamos seguros que este momento de oración, entre tantas realidades y situaciones, es muy importante para nuestra Nación y para el mundo.
Agradecemos la presencia de todos ustedes estimados Sres. Presidentes, gobernadores, senadores, diputados, líderes políticos, sindicalistas, empresarios, movimientos sociales. A todos los que han tenido y ahora tendrán responsabilidades. Gracias por compartir este acto sagrado y religioso.
Nos comprometemos a rezar por ustedes, porque es muy grande la tarea y mucha la responsabilidad que el pueblo les ha confiado.
Agradecemos muy especialmente al Santo y Fiel Pueblo de Dios que persevera en la oración de manera infatigable.
Antes de la bendición final, hermanos de otras religiones compartirán también su oración. Gracias por estar compartiendo este momento.
En el Evangelio de Lucas que acabamos de proclamar (Lucas 1,26-38), se nos anunció que el ángel Gabriel se le presentó a una simple mujer del pueblo de Nazaret. Su nombre es María. La saluda de manera familiar, con ternura y con vivacidad: “¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo”.
María, es la mujer llena de Dios, la sin pecado concebida, la elegida para ser la Madre del Señor.
María le dice que sí a Dios y de esta manera tan única y tan limpia, comienza una historia nueva para ella y para toda la humanidad.
Dios se nos acerca como nadie lo hubiese podido imaginar, se hace uno de nosotros, y lo hace para que toda persona pueda estar llena de Dios. Él no menoscaba, no disminuye, no rebaja a nadie, todo lo contrario, cuando Dios se acerca, levanta, engrandece, vivifica.
Por eso, María atrae, y los pueblos la reconocen como alguien excepcional que desde su pequeñez y humildad, se convierte en un puente seguro para unir a los seres humanos con Dios y las personas entre sí.
A María la reconocemos como Madre, en ella somos hermanos.
María es una ayuda valiosa para agradecer y pedir por nuestra Patria, tan rica, tan diversa, con tanta historia e historias y al mismo tiempo, tan sufrida, enemistada, debilitada, tan necesitada.
Ninguna persona o grupo en soledad o aislado es la Patria. La Patria somos todos. La comunión entre nosotros no es una cuestión estratégica, hace a la esencia de lo que somos en el origen y a lo que podemos ser en el destino común.
En este lugar sagrado y con la confianza que nos da la Madre de Luján, los invito a pedir especialmente por la unidad de las argentinas y de los argentinos.
La unidad es un don y es también una tarea.
Vivir en este suelo bendito, es sin duda un don, un inmenso regalo que todos hemos recibido. Nuestra Patria es hermosa en su naturaleza pero especialmente en su gente. Es una Gracia de Dios vivir en una Nación con la riqueza de su multiculturalidad, su diversidad, su historia. Somos un pueblo solidario que siempre pone el hombro cuando se lo llama al esfuerzo. Le hemos dado al mundo ideas y fundamentalmente personas significativas. Le hemos dado un Papa, el primero de este Continente.
Es un don ser una República, un pueblo, tener una Carta Magna. Son mucha las razones que nos dan un verdadero sentido de pertenencia.
¿Cómo no dar gracias a Dios por tantos bienes recibidos?
Pero también la unidad es una tarea que nos compromete a todos, porque la unidad es muy frágil y pronto la rompemos.
Las Escrituras Sagradas, cuando en su lenguaje nos revelan los comienzos de la humanidad, nos dicen que por envidia y celos, un hermano mató a su hermano de sangre. Esto significa que ni siquiera la misma sangre nos asegura que no podamos romper lo que de por sí nos une.
Por eso la unión de un pueblo es una tarea, una lucha que comienza en el corazón de cada uno. Allí debemos ser capaces de vencer egoísmos profundos, vanidades, narcisismos, maldades y hasta la propia mentira que nos fabricamos para vender una imagen que no soy yo.
La unión es también una batalla comunitaria, colectiva, que estamos invitados a dar todos los que deseamos ser un pueblo con horizonte.
Recuerdo una charla que un grupo de sacerdotes, en aquellos tiempos muy jóvenes, mantuvimos con Ernesto Sábato. Nos decía que después de haber escuchado los testimonios de las víctimas, cuando escribían el “Nunca Más”, pensó, que el mal por el que pasamos los argentinos había sido de tal magnitud, que estaba seguro no se trataba sólo de un mal moral, sino que lo experimentaba también como un mal con entidad.
Como hombre de fe que soy, me di cuenta en aquel momento y lo conservo, que la pelea que tenemos que dar todos para ser un pueblo unido, libre, adulto, fraterno, solidario, entraña un compromiso muy serio que además de resolver cuestiones urgentes y coyunturales, implica ser capaces de dar una batalla en la que muchas veces podemos ser sutilmente tentados por el Mal, un tipo de mal que nos empuja a la destrucción de los otros.
Gracias a Dios, estamos en otro tiempo, pero debemos hacer todo lo posible por resistir y no caer en la tentación de querer destruir al otro. En la Patria, el otro es mi hermana, es mi hermano.
En este sentido, el odio se convierte en un sentimiento poderoso, oscuro y eficaz para nuestra autodestrucción. Es una enfermedad que nos va carcomiendo y que debemos ayudarnos a extirpar urgentemente del propio corazón y del alma del pueblo, porque compromete el presente e hipoteca el destino común.
Todos somos conscientes que lo que viene, lo que ya estamos viviendo en el mundo, en nuestra América Latina, no es fácil y para seguir construyendo esta Nación bendita necesitamos de todos. Nadie sobra en esta construcción. Si alguien o algunos viven tomados por el resentimiento y el odio, corremos el riesgo de estar siendo funcionales a intereses que ciertamente no buscan el Bien Común de la Nación y estaremos arriesgando gravemente el futuro de las siguientes generaciones.
Estamos agotados de tantos desencuentros y peleas. No se trata de una unidad homogénea o hegemónica, sino de una unidad necesaria para construir el País deseado y salir del laberinto en el que nos encontramos. El Papa Francisco nos invita a pensar en la figura del poliedro para vivir en una unidad que integra armónicamente las diferencias.
Necesitamos promover una Cultura del Encuentro. Necesitamos escucharnos y volver a dialogar todas las veces que sea necesario.
Mucho nos ayudará alcanzar juntos un Pacto Social, lograr Políticas de Estado que perduren más allá de aquellos a los que les toque gobernar por determinado tiempo.
Es fundamental que todos los ciudadanos podamos alcanzar una importante estatura moral y un nivel ético-social en el que los valores de la honestidad, la verdad, la justicia, la solidaridad, la coherencia entre lo que decimos y hacemos, el respeto por los otros, sea parte de la vida cotidiana.
Por eso, es muy importante estar atentos para no caer en lo que en la Iglesia llamamos “estructura de pecado”, es decir, quedar atrapados en un sistema, como en una tela araña, en el que pueden convivir sin culpa, sin cargo de conciencia, el que opta por ser deshonesto, corrupto, e inmoral y corruptor.
Pidámosle juntos a Dios y a María de Luján que en nuestros corazones crezca un sentimiento de unión que nos dé un sentido fuerte y místico de pertenencia a este querido pueblo que hacemos juntos. Que vivamos una “mística del nosotros”.
¡Somos el pueblo Argentino! Eso debería ser música para nuestra alma popular.
En nuestro pueblo, los pobres en sus diversas realidades y situaciones, son para nosotros los cristianos, personas que nos hablan de Dios, por eso nos oponemos a que sean reducidos a un hecho sociológico o macro-económico. Deseamos que recuperen los derechos y las oportunidades a la que esta llamada toda persona humana.
Es muy natural que una mamá o un papá se vuelquen instintivamente al hijo más frágil.
Estamos llamados a cuidar a los pobres y eso significa también acompañarlos en sus vidas cotidianas, en sus búsquedas y en sus luchas legítimas, como así también escucharlos, reconocerlos y valorarlos.
Jesús se ha identificado con ellos y nos invitó a ver en el pobre el mismísimo rostro de Dios. Servir a los pobres es servir a Jesús. No podríamos no estar al lado de los pobres.
Dios nos da la gracia a todos y especialmente a los gobernantes y dirigentes de unirnos para que en nuestra Nación, los pobres sean los hermanos más cuidados, a los que más queremos acompañar para que consigan su propia tierra, su techo y su trabajo.
Finalmente, deseo terminar recordando el mensaje que nuestro querido Papa Francisco dio a los jóvenes que se encontraban rezando por él, en la llamada telefónica que les hizo el 19 de marzo del 2013, alrededor de la las 5:30 de la mañana.
Cuánto bien nos haría conocer el pensamiento del Papa Francisco de manera directa y no por quienes parcializan o desfiguran su mensaje.
“Gracias por haberse reunido a rezar, es tan lindo rezar, mirar hacia el cielo, mirar a nuestro corazón y saber que tenemos un Padre bueno que es Dios, gracias por eso.
Les pido un favor: caminemos juntos todos, cuidémonos los unos a los otros, cuídense entre ustedes, no se hagan daño, cuiden la vida, cuiden la familia, cuiden la naturaleza, cuiden a los niños, cuiden a los viejos, que no haya odio, que no haya pelea, dejen de lado la envidia, no le saquen el cuero a nadie, dialoguen entre ustedes, que este deseo de cuidarse vaya creciendo en el corazón y acérquense a Dios.
Por intercesión de Santa María siempre Virgen, del ángel de la guarda de cada uno de ustedes, del glorioso patriarca San José, de Santa Teresita del Niño Jesús y de los santos protectores de ustedes, los bendiga Dios todo poderoso, el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo.
Y por favor, no se olviden de este Obispo que está lejos pero los quiere mucho, recen por mí”.
Felizmente, hoy comenzamos a transitar el Año Mariano Nacional, por los 400 años del hallazgo de la imagen de la Virgen del Valle de Catamarca.
Que María nos acompañe en nuestro caminar y nos anime a ser un pueblo unido y lleno de esperanza.
† Jorge Eduardo Scheinig
Arzobispo de Mercedes-Luján