Luján, Capital de la Fe. Receptora de una convocatoria de miles de fieles a una llamada “Misa por la vida”. Una reflexión que nos invite a pensar. Y decidir.
Este domingo, la Conferencia Episcopal Argentina, convocaba desde hace unos varios días a concurrir a una misa concelebrada entre varios obispos de todo el país para ofrecer su posición respecto del tratamiento en el Senado de la media sanción de la Ley de Aborto seguro y gratuito.
Coincidiendo con el Padre Obispo Ojea, presidente de la CEA, que “el aborto no es un derecho, es un drama”, lo que plantea en toda su homilía termina siendo falaz con la convocatoria. En ningún momento, al menos de lo escuchado y leído, hizo referencia a la situación de clandestinidad en la que ocurren los miles y miles de abortos en la Argentina y que esa condición, en particular, de las mujeres más vulnerables, las pone en alto riesgo de muerte y de estigmatización. Sin caer en chicanas ni en comentarios fuera de toda lógica como las reveladas por la Sra.Vicepresidenta de la Nación o de la Sra. Diputada Nacional referente del oficialismo, no permite ir al punto de la ley. Lo que discute la ley no es aborto sí, aborto no. Porque esa no es la discusión porque ya ocurre. La ley lo que busca proteger es la vida de la mujer para que no se someta a prácticas inadecuadas y pueda ser asistida en ese drama en el que se coincide. Y ciertamente, el aborto no es un derecho. El derecho es a decidir. A tomar la vida en tus propias manos y hacerte cargo. Y para eso se necesita la asistencia del Estado en plenitud. Para que esa decisión sea libre y no empujada por situaciones de abandono y desidia.
Muy atinado en su homilía al hacer referencia a las palabras del Santo Padre que dice: “igualmente sagrada es la vida de los pobres que ya han nacido, que se debaten en la miseria, el abandono, la postergación, la trata de personas, la eutanasia encubierta en los enfermos y los ancianos privados de atención, las nuevas formas de esclavitud y en toda forma de descarte”. Si la Iglesia fuese profeta en este sentido, su palabra acerca del aborto tomaría otra densidad. Si la Iglesia condenara con justicia a la pederastia en sus sacerdotes, su palabra del aborto se escucharía con mayor elocuencia. Si sus privilegios en la sociedad pasarían a ser de servicio entre los más humildes, no caben dudas que sería una referencia en la sociedad. Pero esto no sucede. Sucede lo que creen que esperan. Hicieron una convocatoria en la que prepararon la ciudad para 500.000 personas y se llegaron 30.000. Y en esa proporción de realidad se están moviendo en este siglo. Dilapidaron la fuerza del Espíritu del Concilio Vaticano II y se regodearon es sus factores de poder que aun quedan como resabio de otra época.
A modo de ejemplo cotidiano, es en una capilla de barrio, en la misa del 24 de junio en que se celebra el martirio de San Juan Bautista. Domingo 9 de la mañana. Tres personas. El sacerdote, la catequista y una niña que se prepara para la primera comunión. San Juan Bautista, primo de Jesús, con quien se admiraban mutuamente, fue martirizado por profetizar y por llamar a la conversión. Una cita en el Evangelio de Lucas que lo pinta de cuerpo entero respecto al tipo de conversión a la que convocaba: “Se acercaron algunos soldados que le preguntaban, diciendo: Y nosotros, ¿qué haremos? Y él les dijo: no extorsionen a nadie ni acusen falsamente. Y conténtense con su salario”. (Lc 3,14). Sobre este personaje bíblico, en su homilía, el sacerdote se refirió a ¿qué? Sí. Al aborto. Eran él, la catequista y una niña de 11 años. Un domingo a las 9 de la mañana. Y sí. Así no se logran salvar las dos vidas.
Es importante, en mi opinión, respetar las decisiones en las que en la intimidad y en la plena contrición del corazón sea juzgada por la misericordia del Dios de Jesús que pasó su vida haciendo el bien. Y que quienes tienen la responsabilidad de legislar, lo hagan en virtud de lo que les representa y en bien de la salud pública. Y que sea efectiva la Educación Sexual Integral, que sea revisada la escuela primaria en su didáctica totalmente alejada de las emociones y de lo que realmente les pasa a nuestros niños y niñas en las aulas, en las calles, en los patios y en los hogares. Que las y los docentes no sean maltratades en sus reclamos y en sus condiciones laborales. Que en las salitas, en los hospitales, en los baños públicos haya anticonceptivos, que se recomiende tanto la ligadura de trompas como la vasectomía para evitar embarazos no deseados. Que se deconstruya el patriarcado en la escuela, en el sistema judicial y en funcionarios públicos. Que se separe de una vez y para siempre, la Iglesia del Estado para que así, la Iglesia vuelva a ser la Iglesia de Jesús y que nada de lo humano le sea indiferente.