Desde el primer momento que la placa roja de Crónica TV informaba de la elección de Jorge Bergoglio como nuevo Papa, sentí una vibra distinta, que nunca antes había experimentado.
Tengo vagos recuerdos de alguna nota que le hice a Bergoglio para Nuevediario -Canal 9 Libertad-, y tal vez alguna otra para LR3 Radio Belgrano. Estando en Roma en noviembre de 2015, decidí ir a la Audiencia General de los miércoles en la Piazza San Pietro. Fue un día soleado, sin viento, espectacular es la palabra. Francisco ingreso en una camioneta descapotable blanca, recorriendo las pequeñas calles que marcan las vallas que contienen a los fieles. Pasó muy cerca de mí, sólo fue un saludo perdido entre la multitud de peregrinos de todo el mundo allí presentes.
Dos años después en otra cálida mañana romana, llegué hasta la Piazza San Pietro, esta vez con una invitación para tener un encuentro con Francisco en el “Posto Consagrado”. Tal como lo he relatado en su momento para mi fue un hecho grandioso, Francisco al mencionarle una amiga en común se detuvo y tuvo la deferencia de hablar un largo rato, sobre varios temas, ese fue el primer encuentro con él.
Vino la Pandemia de Coronavirus y por dos años tuve congelado pasajes para Europa. En 2022 finalmente volví a Roma, esta vez en abril, con una nueva invitación para tener un encuentro con S.S. Francisco en “El Posto Consagrado”. Fui con mi familia, lo que convirtió la visita en un hecho de características familiares. Francisco una vez más me dio mucho más tiempo que al resto de los presentes, hablamos de Argentina, de la situación social, de libros de nuestra amiga en común y de su familia, bendijo a mi hijo Gerónimo. Me quede con las ganas de hablar un tiempo más, pero me comprenden las generales de la ley.
A mi regreso de Europa en mayo de 2022, decidí que volvería al viejo continente para quedarme un tiempo prolongado, y así lo hice, llegué en octubre de 2023, y aún sigo aquí.
Mi tercer encuentro con S.S. Francisco fue el miércoles 24 de enero de 2024. Esta vez Roma me recibió con mucho frio, un clima destemplado, ventoso, pero nada puede cambiar cuando uno va a cumplir un deseo: un nuevo encuentro con Francisco. El martes por la tarde acudí a la “Puerta de Bronce” a retirar los pases para la Audiencia General del miércoles 24 de enero. Esta vez el ingreso al Vaticano fue muy controlado, con muchas medidas de seguridad, las mismas que en cualquier aeropuerto del mundo, mucha policía italiana en las tareas de supervisión, y ya en el ingreso a la “Puerta de Bronce”, la Guardia Suiza a cargo de toda la seguridad.
Esta vez me aloje a 100 metros del Vaticano y a 150 del “Aula Paulo VI” que es donde se realiza en invierno las Audiencias de los miércoles. El aula es gigante, muy bien iluminada y una sobria decoración. El 24 a las 8 de la mañana ya estaba en su interior para participar de la ceremonia encabezada por el Papa Francisco. Amenizó la espera una orquesta que entre tantos temas ejecutó el tango “Por una cabeza” compuesto por Carlos Gardel y Alfredo Le Pera. En una abrir y cerrar de ojos el recinto se completó, tiene un aforo de 6300 personas.
A las 9 de la mañana Francisco ingreso por una puerta lateral al altar, acompañado por sus asistentes personales y apoyado en un bastón, recorrió con lentitud los metros hasta el sillón que ocupo durante toda la audiencia.
En la audiencia general, Francisco continuó el ciclo de catequesis sobre vicios y virtudes y reflexionó sobre el vicio de la avaricia que afecta tanto a quien tiene muchos bienes como a quien tiene pocos: «Es una enfermedad del corazón, no de la cartera». Del Pontífice la advertencia contra el acaparamiento compulsivo o la acumulación patológica: «Los bienes acaban poseyéndonos. La vida del avaro es fea».
«Podemos ser señores de los bienes que poseemos, pero a menudo sucede lo contrario: son ellos al final a poseernos». Y esto les sucede a los que tienen muchas riquezas, que acaban por no dormir ni por la noche para «mirar por encima del hombro», y a los que tienen pocas riquezas, que se aferran a cosas de poca importancia, pero de gran valor para ellos. La avaricia es así: «Un vicio transversal», una «enfermedad del corazón y no de la cartera».
También hizo referencia a la muerte: Esta especie de «reivindicación» afecta a muchos, sino a todos, también hoy. En ella, dice el Papa, «se esconde una relación enferma con la realidad, que puede desembocar en formas de acaparamiento compulsivo o de acumulación patológica». El remedio «para curarse de esta enfermedad» siempre lo elaboraron los monjes: «Un método drástico, pero muy eficaz: la meditación sobre la muerte».
Al finalizar la audiencia Francisco se acercó a un coro de chicos asiáticos a quienes escuchó y saludó.
Luego, ya en silla de ruedas, comenzó la recorrida para saludar uno por uno de los presentes en la ubicación consagrada a tal efecto, entre los presentes resaltaba un argentino, que se lo veía exultante, y que le pidió al Pontífice le autografiara una camiseta del “Deportivo Morón”, a lo que Francisco accedió sin problemas. El argentino se llama Javier Ruiz Diaz.
Llegó hasta la fila que yo ocupaba junto a mi hijo Ricardo, se detuvo para recibir una revista y consolar a una niña, yo estaba tan nervioso como si este fuera el primer encuentro, se acercó estrechó mi mano, hablamos de nuestra amiga, él mi hizo referencia a la nueva nieta de ella, le entregue dos ejemplares del libro “Camino” de José Miguel Viotto y le recordé que Ana María Iriarte, la fallecida esposa del escritor que fue su asistente cuando él cumplía misiones pastorales en Jauregui, partido de Luján. Le hice entrega de mi libro “Anastasio Quiroga, pastor de cabras”, traducido al italiano. Francisco me agradeció mucho los libros, me despedí de él pidiéndole que “rezará mucho por nuestro país”.
Para finalizar el Papa bendijo a un grupo de recién casados presentes en el Aula Paulo VI.
Se canto el Padre Nuestro en latín y se dio por finalizada la Audiencia General. Nos toco salir por el pasillo central donde a cada lado tres mil personas participaron de la ceremonia.
Tarea cumplida, mejor dicho, ¡¡sueño cumplido!!