El cardenal Eduardo Vérgez definió al futuro beato Eduardo Pironio como «un argentino apegado a su patria y a su gente». El purpurado español, actual presidente de la Gobernación del Estado del Vaticano, fue su secretario por 23 años y el próximo 16 de diciembre será quien presida la ceremonia de beatificación frente a la basílica santuario de Nuestra Señora de Luján.
En una entrevista con la agencia Télam, el cardenal Vérgez destacó la «opción por los pobres» y lo recordó como alguien «acostumbrado a trabajar sin aparecer, sin hacerse notar».
A inicios de noviembre, Francisco autorizó la beatificación de Pironio, creador de las Jornadas Mundiales de la Juventud, luego de que el Vaticano aprobara un milagro por la intercesión del purpurado argentino que nació en 1920 en la localidad bonaerense de 9 de Julio y fallecido en Roma en 1998.
«Hay recuerdos que nunca se borran. Viví 23 años junto al cardenal Pironio, compartiendo con él jornadas enteras de trabajo, estudio y ministerio. Nunca podré olvidar lo mucho que recibí de él. Su presencia fue para mí una gracia que me acompañará toda la vida. Sobre todo, cuando considero los tiempos particulares en que se encontraba la Iglesia en aquel momento y el camino recorrido hasta hoy», expresó.
«Ciertamente, es y siempre fue un argentino, apegado a su patria y a su gente. No se podría entender a Pironio si no se tuviera en cuenta el entorno en el que nació y vivió. Lo mismo puede decirse de su experiencia como obispo. En las diócesis que Pablo VI le confió, primero La Plata como auxiliar el 24 de marzo de 1964, luego Mar del Plata como obispo residencial el 19 de abril de 1972, expresó su gran donación a la Iglesia y a sus hermanos», puntualizó.
El cardenal Vérgez consideró que el futuro beato «mostró a todos su opción preferencial por los pobres y los últimos de la sociedad» y recordó que de 1968 a 1975 fue primero secretario general y luego presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM).
«En ese cargo demostró un gran amor a la Iglesia y espíritu de servicio. Como pastor siempre vio su ministerio como una responsabilidad nada despreciable, cuidando de los sacerdotes, de sus colaboradores cercanos, de las personas consagradas y de todo el pueblo de dios», sostuvo.
«En su testamento espiritual escribió, entre otras cosas: ‘doy gracias al señor por mi ministerio de servicio en el episcopado. ¡Qué bueno ha sido el Señor conmigo! He querido ser padre, hermano y amigo de los sacerdotes, de los religiosos y religiosas, de todo el pueblo de Dios. He querido ser simplemente la presencia de ‘Cristo, esperanza de gloria’. Siempre he querido serlo, en los distintos servicios que dios me ha pedido como obispo», citó.