Por Julia Crema, especialista en clínica médica y en dermatología de Prevención Salud.
Cada vez más, la exposición solar se convierte en una realidad inevitable en nuestra cotidianeidad, por lo que la prevención se vuelve fundamental para evitar enfermedades como el cáncer de piel.
La sobreexposición a la luz ultravioleta (UV) del sol, especialmente durante las horas pico de radiación, puede dañar las células de la piel y aumentar las posibilidades de desarrollo de esta enfermedad. Por ello, resulta crucial protegerla mediante el uso del protector solar con un factor adecuado, como así también vestir prendas que cubran la mayor parte del cuerpo.
Sin embargo, si bien 9 de cada 10 diagnósticos de cáncer de piel son consecuencia de la exposición solar, según datos de la Asociación Argentina de Oncología Clínica, es importante destacar que existen otros factores de riesgo que también pueden contribuir a su desarrollo. Uno de ellos es el tipo de piel. Las personas con piel clara tienen un mayor riesgo de desarrollar cáncer de piel, ya que tienen menos melanina, el pigmento que protege naturalmente la piel contra los daños causados por el sol. Sin embargo, esto no significa que las personas con piel morena u oscura estén exentas de riesgo. Todos debemos cuidar nuestra piel sin importar nuestro tono. Incluso las personas con piel más oscura pueden desarrollar melanoma, el tipo más agresivo de cáncer de piel. A su vez, la genética y los antecedentes familiares también influyen en la predisposición a esta enfermedad. Aquellas personas que cuenten con antecedentes de melanoma u otros tipos de cáncer cutáneo requieren controles más frecuentes y vigilancia ante cambios en la piel.
Por otro lado, la exposición a productos químicos en entornos laborales, como ciertos solventes industriales y sustancias tóxicas, pueden aumentar el riesgo. Por eso, es esencial utilizar la protección adecuada y seguir las normas de seguridad establecidas por cada organización. Lo mismo sucede con la exposición a la radiación, como la radiología o la radioterapia, por lo que se deben tomar precauciones adicionales para proteger la piel.
Por último, la presencia de numerosos lunares o pecas también se pueden identificar como factores de riesgo. Si bien gran parte de ellos son benignos, algunos pueden volverse cancerígenos con el tiempo. En este sentido, mirarnos la piel de forma regular frente al espejo y prestar atención a cualquier cambio en la piel, como lesiones grandes, bordes asimétricos y múltiples colores, son la clave para identificar posibles signos malignos, que deberán ser evaluados por médicos especialistas en dermatología.
Teniendo en cuenta estos factores, resulta primordial realizar un control exhaustivo anual de toda la piel, incluyendo cuero cabelludo, genitales, uñas, palmas de las manos y plantas de los pies. Esto no solo le permite al dermatólogo evaluar cualquier cambio sospechoso, examinar áreas difíciles de ver por uno mismo y realizar pruebas adicionales si es necesario; sino también detectar la enfermedad en estadios tempranos.
Es importante no demonizar al sol, sino saber que, con los cuidados pertinentes, podemos disfrutar con plenitud de la vida al aire libre. Además, debemos comprender que cuidar nuestra piel va más allá de protegernos de los rayos UV durante el verano y únicamente cuando nos exponemos al sol. Englobar todos estos factores en nuestras rutinas diarias es esencial para prevenir eficazmente el cáncer de piel y, de esta manera, asegurar el cuidado integral de nuestra salud.