«Los Puentes de Madison», de Robert James Waller, llegan al Trinidad Guevara

La cita es el lunes 15 de octubre a las 19:30 en la Sala Oficial del Teatro Municipal. Las entradas cuestan entre 500 y 650 pesos. 

“Los puentes de Madison”  (Versión teatral de Fernando Masllorens y Federico González Del Pino) la gran historia de amor de todos los tiempos recorre todo el país. Luego de un gran 2017 en Calle Corrientes y una memorable temporada en la Ciudad de Mar del Plata, ahora da comienzo a una gran gira nacional estará en la Sala Oficial del Teatro Municipal el próximo 15 de octubre.

Con producción general de Javier Faroni y dirección de Luis Indio Romero, quienes se ponen en la piel de estos recordados personajes son nada más y nada menos que Araceli González y Facundo Arana. Ellos llevan adelante esta pieza que narra el encuentro entre Francesca, ama de casa, y Robert Kincaid, fotógrafo; ambos se conocen casualmente, se enamoran perdidamente y viven en tan solo cuatro días la mejor historia de amor que nadie podrá olvidar.

El elenco lo completan Alejandro Rattoni, Lucrecia Gelardi y Matías Scarvaci. La escenografía está a cargo de Marcelo Valiente, la iluminación es de Marcelo Cuervo y el vestuario de Pablo Battaglia.

“Los puentes de Madison”, escrita por Robert James Waller, se publicó en 1992, encabezando la lista de las novelas más vendidas del año de “The New York Times”. En 1995, Clint Eastwood la llevó al cine, donde la dirigió y protagonizó junto a Meryl Streep. La película tuvo un gran éxito en todo el mundo, incluido nuestro país, fue vista por más de 50 millones de espectadores convirtiéndose además en la película de amor más vista en video y más repetida en los canales de cine.

SOBRE LOS PUENTES DE MADISON (por Luis Indio Romero):

Repentinamente dos personas que se desconocían se cruzan y un chispazo ocurre. Todas las acciones en las que se sostienen y dan sentido a lo cotidiano se alteran y desmoronan. El pensamiento se alarma ante eso que desconoce. Un muro de palabras intentara contenerlo pero las palabras no lo pueden tocar. No tiene traducción esa fuente que el corazón ha visto. Es el pulso de lo exacto. Lo irrepetible.  El espíritu parece inmerso en el corazón que se configura hacia una alegría remota que insinúa volver.  Si es así, nada lo detendrá. Se ha liberado. El deshielo comienza y el río seguirá su cauce.

Algo así sucede en Francesca, un ama de casa rural, que a costa de carácter ha sofocado su verdadera naturaleza para cumplir con voluntad, las acciones que las cosas de la vida requieren. Alejada de su contexto, amante de la literatura, no sospecha que la poesía que tanto quiso se convertirá en algo viviente. La encarnación de las palabras. El descubrimiento de que la descripción del amor no era la cosa descripta. Amor que da sentido al universo. Ese amor que luego deberá resignar alentada por la razón. Lo sacrificará por otro amor, por los que no quiere dejar al desamparo. Lo llevará como un secreto. Ese secreto que tuvo que guardar esperando a un Robert Kincaid, errante por un mundo que después de conocerla a Francesca, le parecerá hasta el fin de sus días, abandonado por Dios.  Ellos conocieron esa fuerza que quedó trunca. Nosotros solo podemos saber lo que no es. Dicen que no es celos, ni placer, ni orgullo, ni sensualidad, ni importancia personal, ni tantas cosas. Y como dice el poeta: tampoco tiene asilo, ni abrigo, ni santuarios, ni escrituras, ni tradición, ni altares, ni teorías, ni religión, ni imagen. No tiene creencias, ni sectas, ni filosofías. Tampoco pertenece al nombre. Es libre.