La imagen venerada como la Virgen de Luján, patrona de Argentina, originalmente partió de Pernambuco, Brasil, con destino a Santiago del Estero. Sin embargo, la devoción de una dama acaudalada y un esclavo de ascendencia africana jugaron un papel crucial en su establecimiento final en Luján, donde evolucionó de ser una imagen en una casa a ocupar un lugar central en una Basílica. La historia que comenzó hace 393 años.
Cada 8 de mayo se celebra a la Virgen de Luján, la patrona de la Argentina. Es una fecha significativa para los católicos, pero este icono trasciende la religión y se ha convertido en un símbolo de identidad nacional para los argentinos, independientemente de su fe. Todos los años, en octubre, se realiza una peregrinación masiva que alcanza los dos millones de personas y parte desde la Ciudad de Buenos Aires hasta el santuario de la Virgen. A pesar de la sencillez de la historia popular que dice que “la carreta que llevaba la imagen se detuvo y allí se erigió una iglesia”, la narrativa de la imagen y su santuario es en realidad compleja y se extiende a lo largo de 393 años de historia en el continente. En este día de peregrinación, tan especial para muchos creyentes, un repaso de la historia de la imagen y su lugar de culto.
En torno al año 1630, un hacendado portugués llamado Antonio Faría de Sá, residente en Sumampa, que en ese momento formaba parte de la jurisdicción de Córdoba del Tucumán (actualmente Santiago del Estero), pidió a un amigo suyo, Juan Andrea, que le enviara desde Pernambuco, Brasil, una imagen de la Concepción de María Santísima. Su intención era venerar la figura en la capilla que estaba erigiendo en su propiedad
Juan Andrea atendió la solicitud y envió no una, sino dos imágenes de la Virgen al puerto de Buenos Aires. Una de ellas correspondía a la Purísima Concepción, tal como se había pedido; la otra mostraba a “la Madre de Dios con el niño Jesús dormido entre sus brazos.”
Una réplica de la imagen original de la Virgen de La Inmaculada Concepción que se envió desde Brasil
Una réplica de la imagen original de la Virgen de La Inmaculada Concepción que se envió desde Brasil
Ambas figuras se colocaron en cajas separadas y se cargaron en una carreta para iniciar su traslado. Después de tres días en ruta, la caravana a la que se había unido la carreta se detuvo a 10 leguas de la actual ciudad de Luján, en la zona de Zelaya, para pasar la noche en la estancia de Rosendo de Trigueros. Al intentar continuar el viaje al día siguiente, se encontraron con que la carreta no podía moverse. Intrigados, comenzaron a investigar la causa. El conductor de la caravana explicó: “Aquí vienen dos cajones con dos bultos de la Virgen, que traigo recomendados para una capilla de Sumampa”. En ese momento, un joven negro llamado Manuel dijo: “Sáquese de la carreta uno de los cajones y observemos si camina”. Se procedió como indicó, pero sin éxito. “Truéquense los cajones””, propuso nuevamente Manuel. Fue entonces cuando, al hacer el cambio y al intentar avanzar, la carreta se movió sin problemas.
Al abrir la caja, encontraron la imagen de Nuestra Señora de la Concepción. Tras venerar la santa imagen, la trasladaron a la residencia de Rosendo de Trigueros, donde se le erigió un humilde altar.
La figura de Nuestra Señora permaneció durante un periodo en una pequeña habitación de la estancia de los Rosendo, donde fue objeto de veneración y se le dio el decoro y respeto adecuados. No pasó mucho tiempo antes de que los propietarios de la estancia decidieran construir una capilla, la cual se completaría alrededor de mediados de 1633.
El religioso mercedario Pedro de Santa María documenta que “la santa imagen se encontraba en la propiedad de dicho Rosendo, en un pequeño oratorio y muy venerada por toda la comunidad local. Rosendo asignó a un negro llamado Manuel para que se encargara del culto a la imagen, y específicamente de mantener encendida una lámpara en su honor, la cual nunca se apagaba”. Con el tiempo, la ruta de las carretas cambió y, tras el fallecimiento de Rosendo de Trigueros, la estancia comenzó a perder población, dejando la pequeña capilla únicamente bajo el cuidado de Manuel.
En torno al año 1671, Ana de Matos, una mujer adinerada de Buenos Aires y viuda del capitán español Marcos de Sequeira, conocedora del milagro ocurrido en la estancia de Rosendo, se mostró preocupada por el estado de abandono de la ermita y la imagen milagrosa. Por este motivo, se dirigió al presbítero Juan de Oramas, cura de la catedral de Buenos Aires, con la intención de adquirir o recibir en custodia dicha imagen. El presbítero accedió a su petición y se formalizó la transacción.
Según la tradición, doña Ana de Matos colocó la imagen en el oratorio de su hogar, situado en lo que hoy es la ciudad de Luján. No obstante, a la mañana siguiente, al dirigirse al oratorio para rezar, descubrió que la Virgen ya no estaba en el altar. Tras buscarla por toda la casa, alguien sugirió que podría estar en la ermita de Rosendo de Trigueros. Al ir a verificar, encontraron la imagen allí, acompañada por Manuel. Inicialmente, se sospechó que era Manuel, a quien no se le había permitido seguir inicialmente a la Virgen, quien la había trasladado de regreso a su antigua ubicación. Incluso se llegó a estaquear a Manuel al suelo para evitar que se llevara la figura. Sin embargo, la imagen continuaba retornando a su lugar original.
Al tener conocimiento de estos sucesos, el Obispo de Buenos Aires coordinó un traslado procesional de la imagen desde la antigua ermita de Rosendo de Trigueros hasta la residencia de doña Ana de Matos. Este acto se llevó a cabo aproximadamente el 8 de diciembre, como preparativo para una nueva conmemoración de la Purísima Concepción. En la procesión participaron el Obispo de Buenos Aires Cristóbal de la Mancha y Velazco, el Gobernador Martínez de Salazar, miembros del cabildo, diversas congregaciones, cofradías y sacerdotes. En esta ocasión, Manuel fue incluido en la comitiva.
El 2 de octubre de 1682, doña Ana de Matos realizó una donación de tierras. De manera interesante, la beneficiaria no fue ni el obispado ni el curato, sino la imagen de la Virgen misma. En sus términos, estableció: “Porque tengo mucho amor a la advocación de nuestra señora de la limpia Concepción y a su Santa Imagen, hago gracia y donación a dicha imagen de todo el sitio que necesitare para la fábrica de su capilla…”. Impuso la condición de que la imagen debía permanecer perpetuamente en esas tierras, sentando así las bases para la construcción oficial y pública de una capilla en honor a Nuestra Señora, lo que eventualmente se convertiría en el origen de la actual ciudad de Luján. Doña Ana de Matos falleció el 25 de enero de 1698.
Hacia el año 1684, el Padre Pedro Montalbo experimentó ahogos asmáticos que rápidamente fueron identificados como tuberculosis. Fue en ese contexto cuando decidió visitar la imagen de Nuestra Señora, que para entonces ya tenía una reputación extendida en toda la región pampeana como figura milagrosa.
Tras ser curado, el Padre Pedro Montalbo decidió quedarse como capellán y continuar con la construcción de la capilla. Su dedicación fue tal que en 1685 la imagen fue trasladada a la nueva estructura, denominada la capilla de Montalbo. Esta estaba ubicada en la intersección de las actuales calles San Martín y 9 de Julio, muy cerca de la basílica actual. Montalbo falleció el 1 de febrero de 1701.
En torno a la capilla comenzó a surgir un pequeño asentamiento destinado principalmente a satisfacer las necesidades de los peregrinos, cuyo número aumentaba de manera constante. En respuesta, el cabildo eclesiástico de Buenos Aires estableció el 23 de octubre de 1730 la parroquia de “Nuestra Señora de la Pura y Limpia Concepción del Río Luján”. El primer párroco designado fue el doctor José de Andújar, quien ya venía desempeñando funciones como colaborador en esa capellanía. Andújar permaneció en el cargo hasta 1738, año en que se trasladó a la Catedral de Buenos Aires.
Otro protagonista significativo en este relato es Don Juan de Lezica y Torrezuri. Después de haber viajado por casi toda América, se estableció en La Paz (Bolivia), donde enfermó gravemente. Al regresar a Buenos Aires y encontrar su salud en estado crítico, decidió acudir en 1737 a la Virgen que se veneraba cerca del Río Luján y recuperó su salud. Once años después, enfrentando otra enfermedad grave, regresó al lugar y fue nuevamente sanado. Desde 1750 hasta 1776, Lezica y Torrezuri sirvió como regidor del cabildo de Buenos Aires y, posteriormente, como juez comisario de la Real Audiencia.
En 1755, actuando en representación de los vecinos de la aldea que se había formado en torno al templo parroquial desde 1738, solicitó al gobernador de Buenos Aires, José de Andonaegui, y al rey de España, Fernando VI, que se concediera a la localidad el título de villa y la correspondiente instalación de un cabildo. El 17 de octubre de 1755, Andonaegui accedió a la petición y otorgó a la localidad el nombre de “Villa de Nuestra Señora de Luján”, en reconocimiento al papel de la imagen mariana en la evolución de la comunidad. En 1756, comenzó a funcionar el Cabildo de la Villa de Luján, con una jurisdicción que se extendía hasta lo que hoy son las provincias de Cuyo. En 1763, el cabildo de la Villa de Luján nombró a la Virgen como patrona de la localidad, el primero de muchos patronazgos que obtendría.
En esa época, el Pbro. Carlos Vejarano subrayó la necesidad de construir un nuevo templo para albergar la imagen de la Virgen, que se encontraba en un galpón provisional tras el derrumbe de la capilla de Montalbo. Don Juan de Lezica y Torrezuri tomó la iniciativa para llevar a cabo el proyecto.
Después de superar numerosos obstáculos legales, Lezica, en consulta con los arquitectos D. Antonio Mazella y D. Joaquín Marini, inició la construcción del nuevo santuario el 24 de agosto de 1754. Los cimientos se excavaron hasta llegar a la tosca y se utilizaron para su argamasa principalmente cal de Córdoba y una arena gruesa y especial. Según la tradición, la localización de esta arena en las inmediaciones se atribuye a un milagro de la Virgen, especialmente después de que los maestros de obra consideraran imposible realizar la mezcla con la tierra local.
Monseñor Juan Guillermo Duran en su trabajo: “La Basílica Nacional de Luján: el proyecto de su construcción (1887-1890) Revista Teología • Tomo XLIX Nº 109 describe el templo de Lezica y Torrezugui de manera precisa: “Se encontraba ubicado en un extremo de la Villa, a corta distancia del río Luján, en la parte sur de la plaza principal, mirando su fachada, por tanto, hacia el norte. Un extenso atrio enlosado, separado de la plaza por una primorosa verja de hierro, precedía a la portada de ingreso. Los muros eran notables por su espesor: 1,30 metros en el hueco de las capillas laterales y 2,47 metros en el grueso de los pilares. La fachada de forma cuadrangular, compuesta de tres cuerpos, constituía la parte más notable de todo el edificio. La cúpula o media naranja que se levantaba a la intercesión de los arcos torales del crucero, era pequeña y achatada, sin contar con luminares, a no ser un único cimborio o linternón. El camarín de la Virgen contaba también con una cúpula, situada tras el testero del Santuario.
Coronaba todo el edificio una torre o campanario, de forma rectangular, de 39 metros de alto arriba del pavimento del atrio y de algo más de 25 metros arriba de la cornisa de la fachada. La torre albergaba en su interior tres campanas de regular tamaño y agradable sonido, colgadas en un robusto guindaste de madera. El techo del templo estaba cubierto de tejas en toda su extensión. En cuanto a su interior constaba de una sola nave larga y monótona con una extensión de 48,50 metros, desde el cancel de ingreso hasta el pie del retablo mayor; un ancho entre las pilastras de 8,25 metros; y una altura, desde el pavimento a la cornisa corrida que circundaba la fábrica, de 7,40 metros, midiendo hasta la cumbre interior de la bóveda, 11,80 metros. El ábside en vez de terminar en hemiciclo (escuela romano−bizantina y ojival), aparecía cuadrado, terminado súbitamente por el inmenso retablo del altar mayor (escuela española de los siglos XVII y XVIII). El retablo del altar mayor se encontraba enteramente forrado de madera de cedro, cubriendo todo el estero del presbiterio, siendo dorados sus capiteles, sus cornisas y el resto de los relieves y adornos. En cuanto al estilo, se alternaban elementos pertenecientes a la escuela renacentista y barroca. En el intercolumnio central, se dejaba ver el anillo del camarín o nicho de la Santa Imagen, colocada sobre una peana, que al girar permitía fuese contemplada desde el interior del templo.
Además del altar mayor y del altar del camarín de la Virgen, se encontraban nueve altares laterales más. El pequeño órgano se mandó a construir en 1756. Este templo, llamado ‘de la Virgen Bella del lugar de Luján’, perduró por casi ciento cincuenta años, hasta la inauguración de la actual Basílica, el 4 de diciembre de 1910″.
Este será el templo que contemplará el R. P. José María Salvaire. El 3 de diciembre de 1871, monseñor Aneiros realizó la “primera peregrinación general de los Católicos” a Luján en desagravio por la injusta cautividad que el papa Pío IX sufría en Roma y en acción de gracias por el cese de la peste amarilla en Buenos Aires y alrededores. El colegio San Luis participo en dicha peregrinación y con ellos iba el R. P. José María Salvaire, recién llegado de Francia. Ese fue su primer contacto con la zona pampeana y con el templo de Lezica y Torrezugui.
Mons. Aneiros entregó a la congregación de la misión de san Vicente de Paul (Padres Lazaristas) la atención pastoral del curato y santuario de Luján. El 28 de enero de 1872 la congregación de la misión, representada por el P. Eugenio Fréret, tomó posesión como párroco de Luján, y Fréret quedó constituido como el capellán de la Virgen. Renovó el camarín de la Virgen recubriéndolo con madera de cedro y adornos dorados al igual que la hornacina donde se encontraba la imagen de la Virgen y realizó tareas varias. Al R. P. Freret, le seguió en el cargo el R. P. Emilio George que pernaneció hasta octubre de 1888. Fue reemplazado provisoriamente por el R. P. Jorge Révellière, hasta tanto pudiera asumir la titularidad el P. Jorge María Salvaire y este asumió el 25 de mayo de 1889. Durante 130 años los padres de la congregación de la Misión de san Vicente de Paul estuvieron a cargo del santuario de la Virgen y a ellos se debe el apoyo para la construcción del templo que conocemos hoy.
El paraje vecino al río Lujan alberga la imagen de la Virgen, y en torno a ella comenzó a crearse un pueblo y los files que llegaban a esta pequeña villa en medio de la pampa eran cada vez más numerosas por tanto el templo donado por Lezica ya era pequeño para albergar a la cantidad de fieles que concurrían en masa. Y en mayo de 1887, comenzó a rodar la idea de la construcción de un “templo del voto nacional”.
El padre párroco de entonces que era el R. P. George pensó que el nuevo templo debería estar ubicado donde hoy es la Plaza Colón, en el centro del pueblo que comenzaba a perfilarse ciudad, lejos del río y de las amenazas de las inundaciones; el estilo sugerido era el romano-bizantino. Por el contrario Salvaire inclinaba por edificar en el mismo lugar de la tradición otorgaba la concesión de donación de tierras que estipulaba el testamento de doña Ana de Matos en el siglo XVII, salvo esa diferencia también le agradaba el estilo romano−bizantino.
El 18 de noviembre de 1889, el párroco de Luján, Salvaire, presentó al arzobispo una petición para iniciar la construcción de un imponente templo, que con el tiempo se transformaría en la actual basílica. La propuesta fue inicialmente tildada de impracticable y extravagante. Pocos eran conscientes de que Salvaire había hecho un voto a la Virgen de Luján durante una circunstancia crítica en su vida, cuando enfrentó la amenaza de ser asesinado por los habitantes nativos del área. Se comprometió a que, de salir ileso, dedicaría sus esfuerzos a erigir un santuario a la altura de la venerada imagen.
La piedra fundamental del nuevo templo se había colocado dos años antes el 15 de mayo de 1887, con motivo de los festejos de la coronación pontificia de la imagen y se encuentra cerca del altar principal. Es de color blanco, originaria de Tandil y mide 1,22 metros de lado conformando un cubo con un hueco en el centro donde fueron depositados el acta fundacional, firmada entre otros por el arzobispo de Buenos Aires, monseñor León Federico Aneiros, quien presidió la ceremonia, monedas de distintos metales, retratos de los papas Pío IX y León XIII, piedras de la gruta de Nazareth y del Monte Calvario, de las catacumbas de Roma, de los santuarios de Loreto, del Pilar de Zaragoza, de Montserrat, de Lourdes, de La Salette y de la basílica del Sagrado Corazón de Montmartre junto a la firma de los que participaron de dicho evento.
El 29 de noviembre el arzobispo Aneiros remitió la respuesta a la solicitud del R. P. Salvaire, autorizándolo oficialmente a dar comienzo a los trabajos preliminares. Fijándose el próximo 8 de diciembre solemnidad de la Inmaculada Concepción, como la fecha más indicada para dar a conocer a la opinión pública la concreción del proyecto.
Mons. Aneiros publicó el 23 de enero de 1890 la primera carta pastoral referida a la construcción del santuario de Luján para impulsar una campaña masiva de concientización de los católicos a nivel nacional a quienes llama a colaborar con generosidad en el desarrollo del referido proyecto. Por supuesto comenzaron las críticas, dado que el país atravesaba momento de crisis económicas. ¿Hacía falta un templo tan desmesurado en medio de tamaña crisis?, ¿no era mejor darles ese dinero a los pobres? A lo que en la misma carta pastoral Mons. Aneiros responderá: “que no se pide a los que no pueden dar, sino a los que pueden hacerlo”. En especial, el pedido se dirige a aquellas personas que reconociéndose católicos prácticos de misa diaria y disponiendo de abundantes fortunas con la que construyen sus palacios versallescos en el centro de la ciudad de Buenos Aires y sus estancias poseen terrenos hasta el horizonte pero que al momento de proponérsele alguna contribución miran hacia otro lado y se desentienden del tema. Finalmente el santuario se construyó con la promesa de los ricos pero el dinero fue aportado por los pobres.
El estilo que se sugirió para la construcción del nuevo templo fue el neo-gótico, muy de moda en aquella época para construcción de templos importantes y los arquitectos a quien se le encomendó la obra fueron Uldéric Courtois junto con los ingenieros Alfonso Flamand y Rómulo Ayerza, y más tarde los arquitectos Ernesto Moreau, Francisque Fleury Tronquoy, Sombrum, Trouve y Laspe.
El Padre Salvaire era consciente que no solo era muy importante la construcción del templo, sino que también trabajó para la edificación del hospital de Luján y del Círculo de Obreros Católicos. Vio la necesidad que tenían los peregrinos de un lugar para reposar luego de sus caminos hacia el santuario y así propulsó la creación del predio adyacente al templo llamado “el descanso del peregrino”, creo el edificio del seminario menor de la congregación Lazarista, a la cual él pertenecía del otro lado del río Luján, le cual más tarde sería el colegio de Nuestra Señora de Lujan atenido por los Hermanos Maristas.
En 1896 llegaron desde Burdeos los vitrales para el ábside de la basílica y las 16 estatuas de mármol de Carrara de los apóstoles y evangelistas para el altar mayor junto con la cruz de esmalte y los candelabros. Monseñor León Gallardo donó el gran órgano Cavaillé-Coll de París.
A mediados de 1898, a los 51 años P. Salvaire tuvo un pre-infarto. Al mejorar, no le dio importancia y siguió con su trabajo. Las paredes del ábside de la nueva basílica comenzaban a abrazar el templo de Lezica, que nunca dejó de albergar peregrinos y oficiar misas, aún con la construcción del nuevo templo.
El 4 de febrero de 1899 el Padre Salvaire murió de un infarto masivo. Su funeral fue inmenso, sus restos descansan dentro del templo que tanto trabajo para construir. Se ha iniciado la causa de canonización del Padre Salvaire, junto con la del negro Manuel, ambos fieles servidores de la Virgen de Lujan.
A la muerte de Salvaire, fue remplazado por el R. P. Brignardello. Ese mismo año las torres de los cruceros alcanzaron los 30 metros de altura, y recién entre 1922 y 1926 se terminaron de construir las dos torres completas y en 1905 se instalaron las 13 campanas traídas de Milán. El 15 de noviembre de 1930 el Papa Pío XI le otorgó el título de basílica menor y en 1935 finalizó su construcción.
El templo de Lezica fue demolido a principios de 1905; y la Imagen de la Virgen fue trasladada a su nuevo camarín tres meses antes, el 8 de diciembre de 1904. El camarín del templo de Lezica se encuentra actualmente en la parroquia San Ponciano de la ciudad de La Plata, por iniciativa del cura rector de entonces, Federico Julio Rasore, quien solicitó al rector del santuario la donación del altar, del nicho que contenía la Imagen y del revestimiento de cedro de las viejas paredes.
La construcción del templo no se frenará nunca, ni aún en las peores crisis de la historia Argentina, sin prisa pero sin pausa, se verá como la nueva construcción irá paulatinamente abrazando la antigua iglesia de Lezica, a tal punto que esta quedará dentro del nuevo templo.
Cómo es la imagen original de la virgen
La imagen de la Virgen que llegó al Río de la Plata en 1630 tiene origen brasileño y está hecha de terracota. Su confección tuvo lugar en el valle de Paraiba, San Pablo, una región que en el siglo XVII era un importante centro de producción de esculturas de este material. La figura mide 38 cm y se alza sobre un nimbo de nubes, flanqueada por cuatro cabezas de ángeles. Las puntas de una luna en cuarto creciente se asoman a ambos lados. Con las manos unidas sobre el pecho, la imagen estaba inicialmente policromada con un manto azul salpicado de estrellas y una túnica roja. Según registros del historiador Maqueda, en 1681 ya se veneraba la imagen con vestimenta. Una disposición del padre De Los Ríos en 1737 estableció la renovación del vestuario de la Virgen cada tres meses.
Para preservar la figura, que mostraba signos de deterioro debido a la desintegración de la arcilla, Juan Nepomuceno Terrero, Obispo de La Plata, ordenó en 1904 la realización de una cubierta de plata que dejó expuestas solo las partes del rostro y las manos. La diócesis de La Plata era en ese momento la jurisdicción eclesiástica a la que pertenecía Luján.
La cubierta de plata que envuelve la imagen de la Virgen es de autoría anónima y de perfil cónico, compuesta por dos piezas que se ensamblan en el costado. Su diseño frontal imita tanto la túnica como el manto, y ambas piezas presentan un trabajo de repujado y cincelado que simula telas con roleos vegetales y un galón en el borde del manto.
En 1887, durante la ceremonia de coronación, el padre Jorge María Salvaire añadió a la imagen una rayera gótica que la circunda. Desde entonces, la presentación definitiva de la Virgen incluye corona, aureola, peana y un vestido azul y blanco. A pesar de la cubierta de plata, la tradición de vestir la figura con tejidos continúa: el manto se cambia anualmente, cerca del 8 de mayo, día de su festividad. Se coloca también un cuarto creciente sobre el manto de tela.