Mignone: Privilegiado testigo y protagonista del siglo XX

Escribe el Dr. Néstor Fabián MIGUELIZ,  Abogado, investigador y docente. Trabajo presentado al seno de la Junta Municipal de Estudios Históricos / Luján, Buenos Aires. Publicado con el visto bueno de ella (junio de 2022).-


“Ha sufrido duramente, con su familia, los dolores más fuertes que se puedan haber sufrido en nuestro país. Su dolor lo convirtió en obligación de lucha. Lo comprendió así y nada le impidió continuar su docencia cívica, con las formas y características que para él eran las más indicadas para el bien de la sociedad de la que es miembro”[1]

Casi un cuarto de siglo ha transcurrido desde que este vecino lujanense nos abandonara -aunque sólo físicamente- un 21 de diciembre de 1998. Abogado, especializado en derecho público, ciencia política, política educativa y científico-tecnológica, historia contemporánea, derechos humanos, y relaciones entre religión y sociedad, sus 76 años de vida han resultado de un protagonismo inusual y -al mismo tiempo- intensos como ha ocurrido con pocos hijos de Luján. Además de las repercusiones periodísticas de su amplia trayectoria y actividad pública, quedan -de su pluma, tan concisa, aguda y amena- firmes testimonios documentales como numerosos libros, folletos, artículos, minutas y ensayos, además de videos y cintas grabados.

1. Derechos humanos e Iglesia. Más de una vez he leído y escuchado opiniones y/o versiones absurdas y disparatadas las que -en una apretada generalización- dan cuenta algunas acerca de la izquierdista ideología de nuestro evocado; otras refiriendo que “Mignone fue uno de los que ‘hizo’ la noche de los bastones largos”; para culminar leyendo a Hebe Pastor
de Bonafini (referente de un sector de “Madres de Plaza de Mayo”) sostener que “Emilio Mignone era Estados Unidos, el Buenos Aires Herald” y vinculándolo con la “banca Rockefeller”[2]
Atípico comienzo para un recordatorio, que pretende otorgar al lector -especialmente a quien no conoció a nuestro protagonista- una suerte de espontánea impresión acerca de la inquieta y rica personalidad de quien fuera Emilio Fermín Mignone, nacido hace un siglo el 23 de julio de 1922 en Luján, Buenos Aires, en el seno de lo que sería una muy numerosa y ahora más que centenaria familia.

2. Testimonio de un católico practicante. En su libro “Iglesia y dictadura. El papel de la iglesia a la luz de sus relaciones con el régimen militar” (Ediciones del Pensamiento Nacional, 1986) -y en muchísimas otras publicaciones y reportajes- Mignone dejó riguroso testimonio de las relaciones de la Iglesia católica con el poder político ejercido entre 1976 y 1983, puntualmente juzgadas desde la óptica de la debida y pastoral defensa de la vida humana y del respeto a los demás derechos fundamentales.
No menos importantes resultan sus análisis y propuestas sobre los vínculos entre la iglesia y el Estado, la educación confesional, el vicariato castrense, la siempre polémica -y por muchos desconocida- cuestión del financiamiento y sostén del culto, etc. Todo ello fundado en sólidos argumentos constitucionales, canónicos e históricos (en virtud de ello, llega a sugerir, en una eventual reforma constitucional -la oportunidad fue en 1994- la reconsideración de la interrelación “iglesia-cultos-estado”). Así, Mignone nos refiere “la prevalencia a lo largo del tiempo de una actitud de subordinación con respecto al estado por parte del cuerpo episcopal y en menor medida del clero y las organizaciones católicas. Esa impronta, pese al proceso de secularización de la sociedad a partir de la década del sesenta, mantiene su vigencia en el imaginario colectivo, en el seno de la sociedad y en las posiciones de gobernantes y prelados”[3].
Egresado con el mejor promedio del colegio de los Hermanos Maristas (Instituto Ntra. Sra. de Luján), en 1940 (como figura en los boletines del alumnado), los lectores maduros recordarán seguramente su posterior rol de dirigente del movimiento juvenil católico. Por entonces, integró grupos de trabajo apostólicos notables, “capaz de llenar estadios en el Congreso de la Juventud (1946) y prolongar acciones formativo-educativas en un periodismo juvenil de avanzada, como el de Antorcha, del que fue su primer director” (Alfredo M. Van Gelderen, 1993). Entre otras cosas, en nuestra ciudad, fue el primer prosecretario, quien redactó los estatutos y quien tramitó la personería de la legendaria “Fundación Ateneo de la Juventud Lujanense”, que posee la magnífica sede en 9 de Julio y Las Heras, y en cuyo seno se promovieran tantas actividades en favor de la juventud)[4].

3. Herencia institucional para la defensa de los derechos del futuro. A partir de la dictadura iniciada en 1976, merece destacarse (en conjunto con otros abogados, como Augusto Conte, Boris Pasik y Alfredo Galetti) la creación (1979) y -lo más importante- la supervivencia, la proyección y la extensión del campo de acción del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), cuya presidencia ejerció hasta su muerte. Sin dudas, Emilio Mignone fue “la figura central del movimiento por los derechos humanos”[5], y su pionera -y muchas veces dificultosa y cuando no arriesgada- labor inicial está hoy a la vista y con creces. La prestigiosa organización no gubernamental cuenta hoy con una dirección ejecutiva, diversas áreas (desarrollo institucional, litigio y defensa legal, documentación y archivos, y comunicación), variados programas (memoria y lucha contra la impunidad del terrorismo de Estado, violencia institucional y seguridad ciudadana, derechos económicos, sociales y culturales, y justicia democrática), un equipo de asistencia en salud mental y un proyecto de educación para la ciudadanía. Integra, además, disímiles organizaciones internacionales de juristas y tutelares de los derechos humanos, y reconoce el apoyo de diversas fundaciones, universidades y asociaciones internacionales.
Ello ocurre en nuestro país, donde -lamentablemente- cierta pretendida dirigencia ha procurado y aún procura -sin suerte mucha, otra, sin convicción- construir y fundar instituciones políticas, sociales, vecinales, culturales, etc. Es la que observamos moverse solamente con afanes de figuración o al ritmo de las urnas, demostrando la incapacidad de construir ideas-fuerza o instituciones más o menos perdurables, sobreviviendo a las personas, y con posibilidades de proyección -desindividualizadas- hacia el futuro.
Mignone avizoró, con la brillantez de un hombre de estado, que el movimiento de derechos humanos –por intermedio de la acción de organizaciones serias, pluralistas, democráticas y no fundamentalistas o hiperideologizadas- terminaría ganando la batalla de “la verdad y la justicia”. La realidad le da la razón, cada día, con el avance de los procesos judiciales procurando evitar la impunidad. Como bien se ha dicho, Augusto Conte y Mignone (aliados pioneros en la fundación del CELS) conviertieron la ingenuidad que se reprochaban “en un programa de acción, con el propósito de que algún día las instituciones merecieran la confianza que habían depositado en ellas, para cambiarlas y ponerlas a la altura de sus mentes limpias y sus corazones nobles” (Horacio Verbitsky, 2004).

4. Educación y política universitaria. Con sólo 27 años, conduce políticamente la enseñanza oficial bonaerense (1948-1952), con éxitos indiscutibles, acompañando la eficaz gestión de Domingo A. Mercante-Julio C. Avanza. Promovió desde dicha función la modernización de la legislación y fijó pautas para la transfomación. Entre 1962 y 1967 se desempeñó como consultor-experto en educación en la Organización de Estados Americanos, con residencia en Washington.
Vuelto al país, entre 1968 y 1971 ejerce la función de subsecretario de Educación de la Nación -bajo la dictadura de Juan C. Onganía- probando nuevamente idoneidad y capacidad de gestión en la función pública.
A propósito de lo controvertido del caso, recuerdo un diálogo generado en medio de un almuerzo televisivo a fines de los ’80 o al principiar la década del ’90. “Dr. Mignone,… Ud. se arrepiente de haber participado -como funcionario- de un gobierno de facto?”, pregunta la actriz y conductora; a lo que nuestro convecino contesta: “No me arrepiento,… me hago una autocrítica,… que no es lo mismo”. El hecho me dio la pauta de que Mignone se haría siempre cargo de lo que había sido y de lo que había hecho…., lo que no es poco, y contrasta con algunas otras actitudes -por cierto distintas- de otras personas públicas. Conocí otros ex funcionarios de facto-que desempeñaron luego funciones electivas al llegar la democracia- pero que han suprimido de su curriculum vitae oscuros períodos vergonzantes aún cuando en el país algunos recién comenzaban a “descubrir errores” e -incrédulos los más- “los horrores” de la última dictadura.
En junio de 1973 fue designado rector-normalizador de la Universidad Nacional de Luján por el ex presidente de la Nación, Héctor J. Cámpora, donde ejerce dicha función –no sin dificultades, propias de la época- hasta la interrupción constitucional de 1976. Cuenta muy bien la historia de Luján y su alta casa de estudios, en la obra que la misma institución le encarga, recién en 1992, dando un visionario panorama sobre la problemática universitaria el que se proyecta adecuadamente hasta avanzada la década del ’90.
Sobre esto último -y revistiendo plena actualidad- escribe Mignone: “Si persiste la política estatal en virtud de la cual las universidades nacionales recibirán del estado un subsidio y, en el uso integral de su autonomía, podrán distribuirlo libremente, hay que utilizar sin titubeos esa facultad para conseguir los efectos deseados. Y por cierto, procurar formas adicionales de financiamiento, tanto externas como provenientes de la misma comunidad universitaria. Para ello hay que eliminar los tabúes que constituyen una constante perniciosa de la política educativa argentina”[6]. Al respecto, siempre comentaba que la mayoría de los dirigentes universitarios (correligionarios míos, los más) -que tanto invocaban e invocan aún, en las discusiones presupuestarias y/o sobre la autonomía- el “Manifiesto de la reforma universitaria”, de 1918, interpretaban erróneamente dicho texto y procuraban lo que el documento nunca sostuvo.
Nunca abandonará el ámbito educativo (fue, en varias oportunidades, el candidato del justicialismo universitario al rectorado de la importante Universidad de Buenos Aires), dedicándose hacia el final de su vida -casi con exclusividad- a la cuestión universitaria y a la enseñanza superior. Ejerce distintas funciones académicas en diversos escenarios, públicos y privados, y de organizaciones internacionales. Participa en los debates acerca de la legislación federal educativa y de la educación superior, habiéndose incorporado antes a la Academia Nacional de Educación (1993), hasta que la muerte lo encuentra en la estratégica y muy reconocida presidencia de la imprescindible comisión nacional de evaluación y acreditación universitaria -CONEAU- al final de 1998.
El rol estatal en la evaluación y acreditación universitarias. Refiriéndose al desafío de la calidad, la pertinencia, la eficiencia y la equidad de la educación, sostenía nuestro evocado que “uno de los riesgos que corre el país es el de caer en un sistema educativo dual, particularmente en el nivel superior, con la existencia de una formación supuestamente de excelencia -y digo supuestamente porque mientras no exista un mecanismo de evaluación objetivo, externo y transparente, nadie está en condiciones de garantizar nada- en establecimientos particulares destinados a los pudientes, donde la calidad se mediría por el costo de la matrícula; y de otra de segunda, tercera o cuarta categoría para el resto de la población. Esto conduciría -continúa- al desarrollo de una sociedad antidemocrática; sería suicida para la Nación por cuanto la inteligencia no está distribuida solamente entre los ricos; y contraría nuestra tradición histórica, fundada en la posibilidad de acceso a la universidad de todas las clases sociales”[7]. Este acertado y lúcido diagnóstico ratifica el necesario control de la autoridad pública en la materia; eso mismo que el propio Mignone comenzó a hacer desde la conducción fundante de la CONEAU.
Bajo su liderazgo (explicaba que procuraba -y lograba casi siempre- el consenso en las decisiones de importancia), la Comisión “fue ganando el respeto de la comunidad universitaria gracias a la severidad con que se juzgó a los proyectos de creación de universidades poniendo freno a una década donde la ausencia de sólidos controles permitió el aumento de universidades de irregulares condiciones “[8].

5. La realidad nacional y la política. Harto conocida resulta la filiación peronista de nuestro convecino, sólo resquebrajada ante el manifiesto y violento enfrentamiento entre las autoridades públicas y la Iglesia Católica (1953-1955) y -quizá- ante la normalización institucional de 1983. En dicha oportunidad, el candidato presidencial del justicialismo (Italo A. Luder) se manifestó a favor de la denominada ley de autoamnistía -dictada en las postrimerías del régimen militar- ante el mayoritario rechazo de varios partidos políticos; entre ellos, la luego triunfante Unión Cívica Radical con Raúl Alfonsín a la cabeza.
Hacia noviembre de 1972, acompañó -como tantos y famosos militantes- el regreso al país del ex presidente Juan Domingo Perón, luego de su exilio de 17 años, viajando en el Giuseppe Verdi de Alitalia. “Sin que ellos lo supieran, viajaban en el charter todos los presidentes peronistas del siglo XX: además de Perón, Héctor Cámpora, Raúl Lastiri, Isabel Perón y Carlos Menem”[9].
El periodismo de opinión y de tribuna no le fue ajeno: fundó y dirigió en su ciudad natal La Voz de Luján aunque de corta vida (resulta interesante recorrer algunas páginas y contenidos que resultan pioneros en materia de derechos fundamentales y su reconocimiento y protección internacional), en 1956. Luego, su carácter de colaborador y columnista en distintos medios y revistas, como el diario Página 12 (en plena ultima dictadura, 1982, aguardaba con ansiedad su columna en La Voz -que dirigía Vicente L. Saadi, luego titular del Justicialismo en el orden nacional- para informarme y leer opiniones que desafiaran aquel monocorde discurso de la información oficial).
Las responsabilidades públicas desempeñadas -prematuras algunas, como hemos visto-, su protagonismo en muchas decisiones y, especialmente, su calificada óptica (dada su excelente formación) sobre problemas y soluciones, convirtieron a Mignone en crítico y agudo observador de la realidad argentina. Como resulta lógico, con la madurez alcanzada con la edad, las experiencias que dejan los hechos vividos, los sufrimientos y dolores, su opinión fue creciendo en quilates. Su palabra, con el tiempo, se jerarquizó y resultó aún más valorada fuere quien fuere el destinatario.
Michael Shifter escribe que -llegado a la Argentina varias veces, a partir de 1987- optaba por principiar y culminar su labor con entrevista previa y final con nuestro protagonista:
“En nuestra primera conversación, Emilio no solamente me explicó lo que decían las leyes (se refiere a las denominadas “de punto final” y de “obediencia debida”), sino que me las puso en perspectiva y me aclaró su importancia. Lo hizo juiciosa y brillantemente, sin mostrar ningún atisbo de sus propios intereses o de rencor. De alguna manera, y aparentemente sin esfuerzo, encontró el balance adecuado entre los principios morales, de un lado, y las consideraciones pragmáticas, del otro….
No sólo quería comenzar mi trabajo hablando con quien tenía la más lúcida, ilustrada y confiable interpretación de lo que ocurría en ese país, sino que quería, además, tener la oportunidad, antes de irme, de cotejar mis impresiones de lo que había percibido y de escuchar lo que él pensaba. Hablar con Emilio -continúa- era mi forma de buscar que mis apreciaciones estén intelectual y moralmente centradas. Nunca me decepcionó”[10].
Respecto a la actitud de la dirigencia política con relación a las peores secuelas de la dictadura 1976-1983, el evocado sostenía que “la clase política se encontró en general alejada del movimiento por los derechos humanos en los años más álgidos de la represión. Era difícil obtener representantes oficiosos en la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos. El único interés de la mayoría de los dirigentes partidarios se centraba en la posibilidad del llamado a elecciones y estaban convencidos que esto era sólo posible negociando con los militares”.
A mediados de los ’80, el intelectual y pensador, ex senador, Rodolfo H. Terragno, escribía: “Emilio Mignone estremece a quien lo oye narrar ahora el tránsito de la incredulidad al asombro:
‘Hasta hace unos meses, casi todos mis vecinos pensaban que yo estaba loco, o que era un mentiroso. Desde que me dejaron aparecer por primera vez en televisión, hay gente que me abraza en la calle y, con lágrimas en los ojos, me dice: ¡Dios mío! ¡Usted tenía razón!” (Memorias del Presente. Edit. Legasa, 1987).
Sobre la reforma constitucional de 1994 y el consenso del Pacto de Olivos, Mignone escribió, a manera de balance:
“Muchas de esas objeciones provienen de una ignorante o interesada idealización del pasado y una falta de esperanza en el porvenir. Ni los constituyentes de 1853, de 1860, o de 1957 fueron todos eminentes constitucionalistas, como ahora se pretendía, ni entre los 305 representantes de 1994 faltaban personalidades cultivadas en esa disciplina. En 1853 el más conspicuo inspirador de su texto, Juan Bautista Alberdi, estaba en Europa y no integró la convención….. El tiempo, que permite advertir los resultados de las acciones de los hombres, dirá si tuvieron o no razón. Y nos enseñará si los protagonistas de este episodio fueron o no por una motivación patriótica, sin perjuicio de la salvaguardia de sus intereses políticos concretos, porque ello es un ingrediente inseparable de la naturaleza humana”[11].

6. Impresiones. Conocí personalmente a Mignone en febrero de 1982, seguramente mucho más tarde que un buen número de lectores de este recordatorio, y en especial, de vecinos lujanenses. Fue en ocasión en que cursaba (junto a su sobrino, Luis Alberto Mignone) el ingreso a derecho en la Universidad de Buenos Aires. Recuerdo también aspectos y las repercusiones periodísticas de su arbitraria detención -un año antes- previo allanamiento a la sede del CELS y a su domicilio (de donde la Policía Federal se llevó documentación y papeles, folletos y libros), por orden de un juez federal[12].

No eran momentos fáciles; ni para Mignone -que tenazmente buscaba a su desaparecida hija Mónica, como tantos familiares de detenidos-desaparecidos- ni para el país, sumergido en una grave crisis moral, política, social y económica. Lo cierto es que, en pocos días, el objetivo panorama argentino cambió radicalmente: la ocupación irracional y la derrota posterior en Malvinas -con sus consecuencias institucionales- que derivaría luego en la normalización democrática de 1983.
Cuando podíamos, asistíamos al departamento de Avda. Santa Fe al 2900, y no costaba mucho ver lucir las paredes con las amenazantes leyendas del estilo: “Mignone.. te va a pasar lo mismo que a tu hija”, o de similar contenido. Cuando no estaba ocupado (muy pocas veces), siempre algún intercambio de palabras, o la pregunta típica de Emilio: “Y qué opinan de esto,… o aquello -política, casi siempre- dos jóvenes alfonsinistas como ustedes ?”, aludiendo así a nuestra militancia partidaria juvenil en el centenario partido. Pero lo cierto es que Mónica no apareció -como tantos miles- y toda la conocida historia hasta esta parte.
El 5 de septiembre de 1998, Emilio Fermín Mignone ilustró a los lujanenses con una atípica, rica y curiosa conferencia sobre la historia del lugar (cuyos ejes fueron las personalidades y las acciones de Ana de Matos, Juan de Lezica y Torrezuri, el sacerdote vicentino, Georges M. Salvaire y Enrique Udaondo). Lo invitaron los amigos del Museo histórico para celebrar -junto a otros disertantes de renombre- el 75° aniversario del complejo. Poco tiempo después, la desaparición física.
Varios lugares públicos lo recuerdan: en nuestra ciudad (el Instituto Municipal Superior de Educación y Tecnología lleva su nombre. Lo evocó cálidamente al cumplir hace pocos días, su 35° aniversario, 1987-2022, al coincidir con este primer centenario de su natalicio), pero también en otros distintos puntos del país y del exterior. Un fallo de la Suprema Corte federal (del año 2002)[13] lleva su nombre (por la modalidad de la carátula judicial, aunque accionara representando al CELS): se trata de una acción de amparo que procuró y logró “garantizar el derecho de sufragio (Art. 37 de la C. N.) de las personas detenidas sin condena en todos los establecimientos penitenciarios de la Nación, en condiciones de igualdad con el resto de los ciudadanos”. Todo un símbolo.

“…. Puso el servicio humanitario por encima de pasiones políticas y jamás dejó de lado sus ideales de justicia y de libertad, que impulsó en la época más sangrienta de la Argentina…. Por su trayectoria en la lucha por los derechos humanos bajo regímenes dictatoriales, es un ejemplo para todos aquellos quienes de alguna manera hemos enfrentado situaciones similares”
Roberto Cuéllar M.
director ejecutivo
Instituto Interamericano de Derechos Humanos
San José, Costa Rica, agosto de 2001