En el día de ayer Abel Falcón, el conductor del evento que tenía como protagonista a la Peregrinación a caballo en Luján, esbozó un comentario que desnudó de pies a cabeza la naturalización del sistema de ideas que le sigue brindando sustento al patriarcado. Por Natalia Pérez*
Aplaudido y arengado por el público, aparentemente inconmovible por un movimiento pujante que brega por los derechos de mujeres y disidencias en Argentina y el mundo, y embanderado por la impunidad que la hegemonía patriarcal le confiere, no se privó de decir, luego de que una mujer hiciera una demostración del característico grito de sapucai que «si todas las mujeres gritaran como ésta, no habría violaciones«.
Hasta escribirlo se vuelve escalofriante.
Abel Falcón no es un actor social que propaga violencia aisladamente, es parte de un sistema que no cesa de producir y gestionar la violencia machista, y que al hacerlo la vuelve colectiva.
Tal como lo hace cualquier otro agente propagador que no cree en quienes deciden romper el silencio. Aquellos que se basan en meros comportamientos públicos para vociferar juicios de valor o quienes practican el «no me meto» para correrse unos pocos centímetros de la propia miseria acumulada.
Comportamientos que se afirman de índole «privado» pero con sentencias que no dudan en hacer públicas mientras comparten una que otra reunión. De repente todo es un gran chicle de violencia que pegotea a cercanos y ajenos. No se sabe de donde salió tanta tierra hasta que una feminista lo denuncia en una pared.
Abel Falcón es un mensajero de la sociedad patriarcal. La correa de transmisión de crímenes diarios indenunciables, dentro de un estado que sobrevive gracias a la promoción de las relaciones de desigualdad.
Abel Falcón no es solo un machirulo, es un agente de poder, parado sobre un púlpito, amparado por un gobierno cómplice, hablándole a miles de peregrinos y peregrinas que escuchan con atención. Abel no duda en ejercer su poder aleccionador, recordando a hombres y mujeres cuál es el camino a seguir. Nadie quisiera estar bajo la tutela de Abel y tener que denunciar una violación, ni ser hije de alguno de los que se rió mientras vitoreaba su manifiesto, que a riesgo de ser expulsade del seno familiar «por no haber gritado lo suficiente«, debe seguir guardando silencio.
No pasa otra cosa que esto cuando se espectaculariza la violencia femicida. Sea en cenas de familia, en la televisión, o en un escenario de un evento popular e histórico.
La antropóloga feminista Rita Segato ha hecho aportes gigantes al análisis interpretativo de la violencia patriarcal, reflexionando acerca del femicidio y la mediatización de un crimen de odio. La autora prefiere no hablar de «cultura de la violación«, y coloca al ordenamiento jerárquico que subordina y desiguala a la mujer, como eje de análisis. Hay un manto de sospecha que siempre recae sobre ellas, sobre nosotres, sobre nuestros cuerpos, sobre las mil formas de crueldad que pueden superponerse hasta terminar perdiendo la vida en manos de un femicida, pero nunca sobre los «Abeles».
Para ellos hay preparada una cocarda, y si se cuenta con el guiño compinche, de algún que otro intendente en retirada que se ofrezca a colocarla, mucho mejor.
El estado es responsable.
*La autora de la nota es docente y forma parte de la Defensoría de Géneros.