La ayuda, el amor y el cariño pueden ayudar a muchas personas a salir de cualquier situación problemática. Cuando no hay solución a un determinado problema, estos tres factores son fundamentales para superar una etapa totalmente adversa: este es el objetivo del Hospice Madre Teresa, una asociación civil sin fines de lucro que brinda cuidados paliativos a enfermos terminales.
Ubicado sobre la calle Alsina en Luján, este hospicio recibe a personas con cáncer que fueron derivadas por los médicos que descubrieron que el paciente no tiene mucho tiempo de vida y la enfermedad ya está muy avanzada.
«En el Hospice no tenemos pacientes, tenemos huéspedes. No es una institución sanitaria. Es una casa donde la gente viene a pasar su último tiempo de vida», expresó Fernanda Pérez, voluntaria del Hospice. Su función es la de realizar actividades domésticas dentro del albergue.
Para brindar el mejor servicio posible, el hospicio dispone de un equipo terapéutico formado por un médico, dos psicólogas, una asistente social y una nutricionista. Todos ellos trabajan sin recibir un sueldo, al igual que los voluntarios. Caso contrario es el de las enfermeras, que cobran por su trabajo y están disponibles las 24 horas para atender a los huéspedes.
Aunque la familia directa puede visitar al enfermo a cualquier hora, los amigos y familiares lejanos tienen restringido ese derecho. Para ellos, existe un régimen de visitas que se basa en un turno matutino que arranca a las 11 y otro por la tarde que comienza a las 16. Los segundos y cuartos jueves de cada mes, las psicólogas brindan ayuda anímica a todas aquellas personas que están por perder a un ser querido.
Por otra parte, si un huésped se ve en condiciones de pasar sus últimos días en su casa, tiene la libertad de hacerlo y el equipo ayuda a sus allegados a acondicionar el hogar de la persona para que su final de vida sea lo más ameno posible.
Tras las ventanas de aluminio blanco se puede ver el trabajo de los voluntarios que, día a día, están pendientes de que al enfermo no le falte nada. Norma González, voluntaria del Hospice, explica que el cariño es una parte fundamental de su trabajo y que disfruta de poder darle una mano a los que más la necesitan.
El lugar cuenta con una cocina, un lavadero y un jardín de invierno que tiene un huerto cultivado por alumnos de la escuela para discapacitados N°501, ubicada a menos de una cuadra del albergue. Su fachada es la de una casa común y corriente. Las habitaciones de los enfermos contienen una cama ortopédica, una silla de ruedas, varios condensadores de oxígeno y todo lo que requiera la enfermera para el cuidado del huésped.
La forma de financiarse del Hospice es mediante la cuota de los socios, que su base son $40 por mes, la de los padrinos, que pagan más de $100 por mes, y las donaciones que recibe todos los días, muchas veces anónimas. Cuando se organizan grandes eventos en beneficio del hospicio o llega una gran donación, la comisión directiva se encarga de decidir en qué se van a gastar esos fondos.
El club de servicio Rotary Club Luján organiza todos los años un desfile y la recaudación de las entradas son donadas al asilo. Además, la Barra Pesquera, club de pesca lujanense, también hace un locro todos los años y dona el 30 por ciento de lo recaudado al establecimiento.
Los inicios del Hospice Madre Teresa como institución tuvieron su origen en el 2004. A Cristian Viaggio, director y médico de la institución, a la asistente social, Paula Olaizola, y a una de las psicólogas, Lorena Etcheverry, se les ocurrió la idea de construir el hospicio luego de escuchar un discurso de la Madre Teresa de Calculta que decía: «Para ayudar al prójimo no hace falta que vengas a la India a verme, con mirar a tu alrededor y ver qué necesita el otro ya alcanza». Unas semanas después, se le presentó la idea al Padre Luis, un representante de la Iglesia Católica, y se contactaron con el Padre Contepomi, dueño de un hospicio ubicado en Olivos. Los dos dieron su aprobación y le expresaron a Viaggio su interés por ayudar con la fundación del albergue.
Luego, Viaggio, Olaizola y Etcheverry comenzaron a buscar pacientes en domicilios y hospitales. Más adelante, les prestaron una casa ubicada cerca de la Basílica de Luján y la utilizaron para alojar a los primeros huéspedes. Unos años más tarde, se mudaron a otra casa que estaba ubicada donde hoy es el Círculo Odontológico, en Alsina 1257.
Como el espacio no alcanzaba, se necesitó alquilar una tercera casa. Para pagar la renta, los voluntarios debieron poner dinero de su bolsillo. Luego de unos años, surgió la idea de construir el Hospice Madre Teresa sobre la calle Alsina. Para la construcción, el empresario Gregorio Pérez Companc donó una parte de su dinero y Cisilotto Hermanos, empresa que vende materiales para la construcción, otorgó lo necesario para edificar el albergue. Fue así como nació el lugar que reúne a voluntarios y profesionales organizados para darles un fin digno a las personas que no tienen remedio.
El servicio que brinda el asilo no se encuentra en los hospitales, Norma Gonzalez así lo afirma: «El trabajo del Hospice complementa al de los hospitales. Cuando a un paciente no le queda mucho tiempo de vida, el Hospice lo recibe y le brinda cuidados paliativos, cosa que en casi ningún hospital se encuentra», y agrega: «Cuando tenés una enfermedad terminal, en cualquier sanatorio te mandan a tu casa y muchas veces los hogares de los enfermos no están adecuados como para que pasen sus últimos días allí».
Finalmente, todos los voluntarios y profesionales que brindan sus servicios en el Hospice Madre Teresa coinciden en que las herramientas de trabajo más importante que poseen son el amor y las ganas de ayudar al otro cuando no queda mucho por hacer.